domingo, 19 de octubre de 2008

-Excavaciones en el Castillo de Tedeja.


El castillo de Tedeja, una de las joyas arqueológicas necesarias para comprender la relevancia histórica del norte burgalés, ha dejado de ser el sueño de unos pocos, para mostrar ya a visitantes y vecinos de Trespaderne la silueta de lo que debió ser un orgulloso baluarte sobre la puerta natural del cañón de La Horadada.

El sueño comenzó allá por el año 1981 cuando Roberto Fernández, presidente de la Asociación Tedeja, impulsora de la recuperación del castillo, dio con los primeros restos en la cima del monte que da entrada al desfiladero de La Horadada desde Trespaderne . Desde entonces se han sucedido varias campañas de excavaciones, la última de las cuales, iniciada el pasado 1 de julio y que proseguirá al menos hasta finales de octubre, ha permitido descubrir un nuevo tramo de muralla rematada por un torreón, el cuarto de los aparecidos desde que comenzó a excavarse en el recinto, que a su vez sirve de cierre al perímetro amurallado por su flanco suroeste, dando vista al cañón y en una zona donde el castillo ya se defiende solo con el corte natural de la montaña.

Pero la presente campaña arqueológica está más orientada a la consolidación y puesta en valor de todo lo aparecido en las intervenciones anteriores que de búsqueda de nuevos restos. Se trata, por decirlo de alguna manera, de dar forma a aquel sueño primero y que los fuertes muros de Tedeja y sus torreones sean visibles desde Trespaderne y el desfiladero de La Horadada.

En el castillo, el objetivo es desenterrar y consolidar el máximo posible del perímetro de la fortaleza, sin excavar en su interior, algo que será objeto de futuras actuaciones. «Lo fundamental es proteger las ruinas, evitar los derrumbes, levantar un plano de todo el recinto, conocer el sistema constructivo y ver las secuencias de ocupación», detalla la arqueóloga. La documentación disponible y las sucesivas investigaciones emprendidas desde que en los años 90 se iniciaron los primeros trabajos, de la mano de Ramón Bohigas e Ignacio Ruiz Vélez, codirectores del yacimiento, atestiguan que el castillo de Tedeja estuvo ocupado desde época Tardorromana (siglos III-IV) hasta la alta y plena Edad Media (siglos X-XIII), cuando tuvo su momento de mayor apogeo.

El tramo de la muralla descubierto este verano, de cuya existencia ya se tenía conocimiento, tiene una anchura de dos metros y está construido con dos muros de piedra y cal y un relleno interno de cascajo. En lo que resta de campaña la idea es seguir abriendo la línea de muralla en dirección al pueblo y el antemuro que tenía el castillo como primera línea de defensa, así como desbrozar la cima de la montaña para que el recinto amurallado sea perfectamente visible desde Trespaderne, al igual que un quinto torreón que apenas se adivina ahora entre escombros de piedra y maleza y que también saldrá a la luz, explica María Negredo, que dirige a un equipo de ocho personas que ejecuta los trabajos. En algunas zonas se han recrecido ligeramente los muros y torres, para perfilar la silueta de la antigua fortaleza, pero siempre delimitando y diferenciado perfectamente con malla y una argamasa distinta las ruinas tal cual estaban de las piedras colocadas a posteriori. El castillo es visitable y al mismo se accede con coche por una pista de tierra desde la estación de Renfe de Trespaderne.


En los restos de la antigua ermita de San Fermín, en pleno casco urbano de la pequeña localidad de Tartalés de Cilla, el hallazgo de mayor interés es una parte de la tapa de un sarcófago de piedra con una inscripción en latín que alude a San Fermín. Los expertos creen que se trata de una lauda recordatoria, que hace referencia al enterramiento original del santo en una roca. Además, en el mismo lugar han aparecido restos humanos que podrían pertenecer a las reliquias de San Fermín.



La ermita se mantuvo en pie hasta 1945 y buena parte de los restos que se conservan pertenecen a esa época, como una nave lateral, una sacristía, los peldaños de acceso al coro y una pequeña puerta en la pared oeste. La portada, que debió tener cierta entidad, se perdió al hacer las calles del pueblo. Además, se cree que la ermita pudo estar asociada al monasterio de San Martín, cuya existencia se remonta al menos hasta el siglo X.Pero tanto esta ermita como el castillo de Tedeja forman parte de la denominada ruta arqueológica Cañón de La Horadada, en la que también se incluyen la iglesia de Santa María de Mijangos, de época visigoda, y el yacimiento de Santa María de los Godos, próxima a la carretera que recorre La Horadada y al monte de Tedeja.

Todo este patrimonio arqueológico hay que contextualizarlo en un periodo a partir de la época tardorromana de efervescencia en estos valles del norte burgalés, con intensos movimientos y asentamientos humanos con una misión de control del territorio y que han dejado bajo el peso de los siglos y los escombros, vestigios notables de monasterios, necrópolis y ermitas, testimonio del poder religioso, político y militar de aquellos remotos tiempos.


Fuente:Teresa Pérez de Muniaín Gustavo Basurto/ Trespaderne


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miércoles, 15 de octubre de 2008

-Trabajos en la necrópolis de San Felices. Villabáscones de Sotoscueva.


Con palas, carretillas y escobones se afanan en medio de la necrópolis. Bajo ellos, 26 tumbas excavadas en las rocas. Son 28 voluntarios con edades comprendidas entre los 18 y los 60 años que vienen de lugares como Sevilla, Alicante, Valencia o Pontevedra. Trabajan implicados en unas tareas que se enmarcan dentro del programa de la Junta de Castilla y León de voluntariado ambiental en el monumento natural de Ojo Guareña.

Rebeca García, monitora de la Fundación Oxígeno, entidad coordinadora de las actividades, explica cómo es el día a día. «Como son tantos, los dividimos en dos grupos. Por turnos, unos vienen a la necrópolis y otros se dedican a hacer encuestas etnográficas a la población de la zona y a los visitantes, o a restaurar elementos tradicionales, como un potro en Cornejo o los pupitres de la escuela», cuenta. A todo esto se le añaden también las labores de conservación ambiental «mientras reciben charlas formativas».

Junto a todos ellos se encuentra Mª José Morales, de Aratikos Arqueólogos. «Se supone por los restos que hay y por la tradición oral que aún conserva la gente de la zona que aquí había un pueblo y lo que vemos ahora es la necrópolis que, generalmente, es lo que mejor se conserva». Además, añade que en lo que ahora también están centrados es en descubrir restos de la iglesia que «creemos que se ubicaba al lado». Cuando llegue el siguiente turno de voluntarios sondearán la zona del poblado situada a trescientos metros.Morales puntualiza que, «a pesar de que no salen muchos restos materiales para datar en condiciones, se piensa que el poblado es del siglo X. Así lo atestigua la cerámica que descubrimos en junio».

La arqueóloga hace hincapié en cuáles son los objetivos principales de estos voluntariados. «Se pretende ver cuánto da de sí el yacimiento, qué interés puede tener para recuperarlo y revalorizarlo y conseguir tener un reclamo cultural en la zona, incluirlo dentro de las rutas de senderismo y que se pueda visitar. Incluso de esta forma se crearía la necesidad de puestos de trabajo para mantener todo esto».TumbasLas tumbas son perfectamente visibles y es realmente llamativo el buen estado en el que se conservan. El hueco de la cabeza está claramente marcado; se ensancha a la altura de los hombros para, progresivamente, ir estrechándose hasta los pies. 24 son de adultos y dos infantiles.

Precisamente una de las pequeñas ha sido el recién hallazgo de Deganta, Carlos y Noemí. Estos jóvenes de León, Huelva y Palencia respectivamente, muestran orgullosos a su Decano. «Cuando haces un descubrimiento se suele bautizar con un nombre que diga algo de ti para darle un toque personal, así que nosotros hemos escogido Decano por ser la unión de las primeras sílabas de cada uno de nosotros», cuenta Noemí.Ella es monitora de tiempo libre, le gusta todo lo que tenga que ver con el medio ambiente y quiere seguir formándose en este sentido. Su colega Carlos, a pesar de haber realizado más voluntariados de este tipo, también se muestra encantado con la experiencia de estos días. Por su parte, Deganta revela su atracción por la naturaleza y el senderismo.

Ellos y el resto de sus compañeros se apuntaron a estas jornadas claramente con el objetivo de contribuir a descubrir la parte de la Historia que queda bajo tierra para que, en algún momento, pueda conocerse por todos los que se quieran acercar hasta allí y para luchar por la protección medioambiental.El programa pretende crear nuevas fórmulas de participación en acciones que contribuyan al conocimiento, disfrute y puesta en valor del patrimonio natural, generando vínculos emocionales y posibilitando actitudes y comportamientos proambientales.El programa de este año no sólo incluye a Ojo Guareña entre sus proyectos. Así, las provincias de Ávila, León, Palencia, Salamanca y Zamora también se han visto involucradas en estas acciones. Los chicos que llegan la próxima a Villabáscones continuarán con una labor que, con su dedicación, quedará para la posteridad.
Fuente: Estíbaliz López
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domingo, 12 de octubre de 2008

-Iberia, ¿cuna de la humanidad?.


Y si la cuna de la humanidad, de la primera civilización, hubiese surgido en Iberia? ¿Y si antes de los egipcios, fenicios, mayas, incas, griegos, hebreos o romanos hubiese existido otra cultura primigenia -de la que luego brotaron las otras- radicada aquí, en Hispania, y más concretamente en su vertiente septentrional? ¿Y si los íberos -cuya historia se exhibe estos días en la plaza de España gracias a una muestra organizada por la Caixa- fueran los herederos directos, los depositarios de esa civilización fundacional? Esta es la teoría que sostiene desde hace 25 años, contra viento y marea, con controversias y polémicas, el filólogo e historiador Jorge María Ribero-Meneses (Valladolid, 1945): que Iberia, lejos de ser el lugar en el que a lo largo de los siglos otras civilizaciones fueron depositando su legado, fue «el crisol de todas ellas al tiempo que la matriz incontrovertible de la civilización».

Ribero-Meneses es autor de un centenar de libros, la mayoría de los cuales están dedicados a avalar esta teoría. El investigador está a punto de dar un paso más allá: en su próxima obra, que verá la luz en breve, revelará -asegura- «el punto exacto de la costa cantábrica en el que las ya casi míticas Islas Atlantes yacen sumergidas». No en vano, la tesis de Ribero-Meneses hay que entenderla desde esa todavía no encontrada civilización, convertida ya en una leyenda del mundo antiguo, y de la que se ha llegado a sospechar de su existencia real.

Ribero-Meneses establece el marco geográfico de esa primera humanidad civilizada muy concretamente: entre los Picos de Europa, en Asturias, y el Cabo Machichaco, en Vizcaya, incluyendo, claro, Cantabria y el norte de la provincia de Burgos. «En unas islas existentes en ese tramo de costa hasta el desenlace de la última glaciación, hace en torno a 12.000 años, floreció la primera civilización del planeta, recordada en multitud de remotos testimonios históricos entre los que, por pura ignorancia, el único conocido y citado es el aportado por Platón en sus Diálogos y en el que conoce a ese ‘Primer Mundo’ como Atlantis o Atlántida, cuando sus nombres más extendidos y genuinos fueron Eskitia y Hesperia, nombre helénico este último de la Península (H)ibérica (según el historiador, en su genuina ortografía que él mantiene se escribía con H)».

El autor de Los orígenes ibéricos de la Humanidad o La España olvidada indica que esa misma cultura madre de la humanidad «fue aquella que también respondió al nombre de Tartessos «extrapolado como el de la Atlántida al Sur de España por mor de la colosal ignorancia geográfica de los historiadores clásicos y de su empeño por cohonestar las más viejas noticias históricas con el mundo mediterráneo que les era relativamente conocido. De ahí nació el dislate de denominar Atlas a la cordillera norteafricana, que jamás había respondido a tal nombre, o de confundir a las Islas Canarias con las Islas Afortunadas, que era el propio archipiélago de la Atlántida, o el de ubicar las Columnas de Hércules en el Estrecho de Gibraltar cuando ya autores de la talla de Herodoto o Aristóteles habían dejado escrito que se alzaban en algún lugar del Norte de España».vestigios.

Jorge María Ribero-Meneses apunta que el vestigio más evidente que se conserva de aquella primera civilización de la historia es el arte rupestre. «Que es lo único que ha sobrevivido, merced a que su carácter subterráneo y oculto le ha salvado de la permanente labor de destrucción a la que el Patrimonio Arqueológico se ha visto y sigue viéndose abocado en España, víctima unas veces de gentes llegadas de fuera y, siempre, de la insaciable ansia depredadora de los naturales del país. Que lo diga, si no, la propia Cueva de Atapuerca, expoliada durante siglos».

En este sentido, considera que es «tanto por su profusión como por la cima artística alcanzada la prueba viva y tangible» de que esa primigenia civilización floreció a orillas del Cantábrico. Que «fueron los Hesperios-Atlantes-Tartesios quienes pintaron Altamira, El Pindal, La Garma, El Pendo, Santimamiñe, Ekain, Candamo o Tito Bustillo o modelaron el prodigioso complejo troglodítico del Monte Castillo de Puente Viesgo. El cataclismo que puso fin a aquella Civilización hace entre 10 y 12.000 años arruinó para siempre aquel fecundísimo y pujante ‘Mundo Primigenio’, desplazándose sus supervivientes en todas direcciones, América incluida, en busca de zonas más protegidas y seguras.

Y es justo a partir de ese momento en que comienzan a despuntar los primeros indicios de civilización en Egipto, Babilonia, Persia, Grecia o en el propio Levante (h)ibérico, preñado de pinturas rupestres que tienen esa edad y que son una verdadera caricatura, como las de Egipto, el norte de África y otros lugares, de las creadas por los pueblos cantábricos antes de la consunción de su mundo». Cuando en 1984 el historiador la hizo pública, la teoría fue muy criticada en el ámbito científico. No le importó entonces ni ahora: «Decidí consagrar el resto de mi vida a reconstruir la verdadera historia de nuestros orígenes, dispuesto a enfrentarme a todos los científicos del planeta si ello fuera necesario. Como en efecto lo ha sido, cabiéndome el orgullo de haber rebatido y rectificado desde entonces a infinidad de ellos, sin que hasta la fecha haya habido nadie capaz de desmontar o desautorizar ni una sola de mis tesis. Cosa que sí he hecho yo mismo, por el contrario, al no cesar de evolucionar y, por ende de pulir, matizar y consolidar mis tesis a lo largo de los ya casi 25 años transcurridos.

Así, tras unos primeros años en los que no se produjo ni una sola confirmación científica ajena a su revolucionaria revisión de los orígenes de la humanidad, «a partir del año 1991 comenzó a producirse un goteo de corroboraciones que no ha cesado de incrementarse desde entonces y que, sobre todo a partir de 1999 adquirió ya el carácter de lluvia torrencial. Y es que, alertada la comunidad científica internacional de la excepcional importancia de la ‘Prehistoria (h)ibérica’, han sido numerosos los investigadores de todo el mundo que no sólo han empezado a tenerla muy en cuenta en sus estudios, sino que han llegado incluso a intuir que la tan buscada cuna de la humanidad africana, estuvo ubicada en realidad en España». A este respecto, asegura que Atapuerca ha sido uno de sus apoyos más fuertes, toda vez que en sus yacimientos han sido hallados los restos humanos más antiguos de Europa, lo que ha hecho replantearse el origen continental del primer humano. No en vano, en el II Seminario Internacional de Paleocología humana de la Cátedra Atapuerca celebrado en 2007 los científicos apuntaron la idea de que el origen de la especie Homo es euroasiática, y no africana, como habían creído siempre.

Aunque sigue siendo una teoría controvertida, el historiador vallisoletano se muestra esperanzado de cara al futuro. «Lo importante era dar el primer paso, así como alertar a todos respecto a la posibilidad, jamás contemplada, de que (H)iberia hubiese engendrado a los primeros seres humanos. Todo lo demás irá viniendo por añadidura porque, como suelo decir, una vez que alguien ha puesto al descubierto una verdad y ha conseguido desarrollarla y que trascienda públicamente, ya no existe fuerza en el mundo capaz de enterrarla y de frenar el impacto que ese descubrimiento produce en un sector, el más lúcido, de la sociedad. Máxime en una época como la presente, en la que el conocimiento y la información viajan de un extremo a otro del globo con celeridad y facilidad inusitadas.


Fuente:R. Pérez Barredo Burgos

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miércoles, 8 de octubre de 2008

-Un soldado de Napoleón en la Demanda.


Las historias sobre la Guerra de la Independencia, se centran por lo general en los aspectos bélicos y políticos, dejando a veces de lado la historia de las mentalidades y de la vida cotidiana, las condiciones del durísimo día a día de aquellos años y las vertientes de la microhistoria. No debemos olvidar que su calificación, de la Independencia, es una construcción conceptual posterior, que en cierta forma ensalza la heroicidad de los españoles, pero que oculta realidades mucho más prosaicas y llenas de dificultades, que no quedaron grabadas en el bronce de los anales gloriosos de la exaltación patriótica. Porque, en una guerra cruel, y esta lo fue en grado sumo, hubo momentos para el heroísmo, pero también para la ignominia.


La historia de Mihi Adavite, nos habla de la ambivalencia de la condición humana. Por un lado, la reacción precavida y humanitaria de un pueblo de la Sierra de la Demanda, frente a la llegada a sus tierras de un soldado napoleónico herido. Por otro, la falta de compasión, la impiedad, que en algunas ocasiones, fue característica de los guerrilleros españoles.

En general, los habitantes de las zonas rurales no vieron con buenos ojos la ocupación francesa, sino que se enfrentaron a las graves injusticias y desmanes cometidos por los invasores, casi desde el inicio de su llegada a la Península. Entre otros agravios, las necesidades de abastecimiento del ejército del rey José, provocaron que las peticiones de dinero o vituallas a los pueblos fuesen constantes, aunque, coyunturalmente, las autoridades desobedeciesen las ordenes de pago, haciendo pedazos las cartas recibidas. Fue el caso de algunas villas serranas del entonces Corregimiento de Logroño, como Anguta, Eterna, Pradoluengo o Valgañón.


En ocasiones, los paisanos apoyaban a los brigantes o guerrilleros, e incluso dieron muerte a soldados franceses, por lo que sus concejos eran multados. En otras, la compasión les conducía a ejercer un comportamiento benevolente. Así ocurrió a finales de septiembre de 1809, cuando un soldado herido del ejército francés, fue recogido y atendido en el hospital de Valgañón. ¿Fue el miedo a la reacción francesa, o el sentido humanitario lo que llevó a estos serranos a tratar caritativamente al soldado? No lo sabemos. Sí conocemos, gracias a la diligencia de su alcalde y su escribano, como sucedieron los hechos.


El soldado de nuestra historia apareció en el término conocido como Chalarrea, y según descripción de los testigos, «bastante estropeado y aún herido sin poder articular expresión alguna». Ante el hallazgo, y lejos de proceder a rematarlo, el alcalde ordenó su traslado en una silla de manos a una «cama esmerada», situada en el hospital de la villa. Con su actitud, el regidor eximía a la pequeña comunidad de un posible delito, procurando «el cuidado que exige la humanidad y deberes de alcalde». Según el escribano, el hombre fue encontrado «vestido a estilo de Francia y sus Militares (...) tirado en el suelo sin gorra, sombrero ni arma alguna».


Ese mismo día, fue examinado por el médico Félix Fernández Salomón -quizás un judeoconverso, como parece indicar su segundo apellido- y el cirujano Ángel Guerrero, quienes aseguraron que se hallaba «con calentura» y con dos llagas provocadas por arma punzante, «pero nunca de suyo peligrosas». El soldado explicó, en su mal castellano, que hacía seis días que vivía, «abandonado al hambre, intemperie e incomodidad». Los galenos dictaminaron que para su alivio se debía alimentar y cuidar con esmero al enfermo, instrucciones que fueron atendidas escrupulosamente.de vitoria a burgos.


Al día siguiente, el escribano transcribió fonéticamente el nombre de nuestro protagonista, quien dijo llamarse Mihi Adavite, y que declaró contar con 40 años, además de ser «de nación alemán, Provincia de Hungría». Al preguntarle su procedencia, el herido aseguró que había desertado en el camino de Vitoria a Burgos, en compañía de tres mercenarios. Tras abandonar las filas napoleónicas, los cuatro desertores fueron sorprendidos por brigantes a caballo, quienes los desarmaron y obligaron a emprender la marcha a pie. A dos leguas de Valgañón, los compañeros de Mihi fueron asesinados a bayonetazos. Él, tras hacerse el muerto, deambuló por el monte, hasta que, «los buenos vecinos de este pueblo, por mando del alcalde, le han conducido al sitio que se halla bien cuidado».


Un mes más tarde de su traslado al hospital, Mihi Adavite fue nuevamente reconocido por los cirujanos de Valgañón y Ezcaray, quienes, al supervisar uno de sus traumatismos, vieron que su estado se había agravado, «por ser herida penetrante en el vientre, que según los diagnósticos de los materiales que excretaba y expulsa, por su fetidez y olor excrementicio, se deduce la ofensa de alguno de los intestinos». Los cirujanos determinaron que su situación era «peligrosísima», y recomendaron mayores cuidados y remedios.llega el Marquesito. La historia de Mihi, bien podría ser la historia con final feliz de un gesto humanitario, a no ser por la crueldad de la guerra, por la ira y la sinrazón de todas las guerras. Una impiedad intemporal que magistralmente plasmó Goya en su serie pictórica de los Desastres.


En los últimos días de 1809, su suerte cambió con la incertidumbre acechante de un juego macabro. Como una ruleta rusa, el azar de la guerra, la fatalidad de la vida, cambiaron la extraordinaria suerte que le sonrió tras haber sobrevivido al ataque de los brigantes. El 18 de diciembre, dos meses después de su hallazgo, doscientos hombres armados de la División de Juan Díaz Porlier, El Marquesito, aparecieron en el hospital. Es inimaginable la angustia que tuvo que soportar un hombre indefenso, sólo ante un grupo de guerrilleros, quizás sediento de incumplidas venganzas y armados hasta los dientes.


Es indefinible la impotencia ante la imposibilidad de escapatoria, frustrante la desesperación ante la incapacidad de su invalidez. El episodio fue descrito así por el escribano: «sacándole de la cama de la que irremisiblemente estaba condenado, le constituyeron en un caballo conduciéndole por detrás de la casa hospital con ánimo deliberado de quitarle la vida».Por su parte, la actitud de los vecinos de Valgañón, a pesar de su inferioridad, fue la del enfrentamiento ante un comportamiento que consideraron injusto. Incluso, consiguieron devolver al herido a su cama, donde permaneció durante la tarde. Sin embargo, pasadas unas horas, «habiendo concurrido mayor y fuerte fuerza, le sacaron por segunda vez y condujeron hacia Pradilla, distante de esta una legua, en cuyo pueblo estaba la División de dicho Comandante (Porlier) en número de 2.500 hombres armados».


A partir de aquí, los vecinos de Valgañón ignoraron el destino dado al enfermo, aunque no es difícil imaginar lo que sucedió. La documentación nos hurta los detalles, quizá macabros, seguramente crueles, del trato que tuvo que soportar hasta su final. Eso sí, quizás como medida de precaución ante las posibles represalias de las autoridades francesas, los serranos quisieron que todos los sucesos constasen por escrito, recordando, «el hecho de la violenta expulsión del paciente».Mihi Adavite murió en Pradilla, una aldea hoy abandonada de la Sierra de la Demanda, muy lejos de su tierra alemana. Como su historia, miles de historias anónimas de aquellos hombres y mujeres que sufrieron y murieron en la guerra, nos reflejan algo muy distinto al honor y la gloria: la saña de la sinrazón y la impiedad inhumana de todas las guerras.
Fuente: Juan José Martín Pradoluengo provincia@diariodeburgos.es