viernes, 20 de febrero de 2009

-Las Loras


La comarca de las Loras y de la Paramera de la Lora es el sector más meridional de la Cordillera Cantábrica. Un espacio de gran singularidad geográfica, bisagra entre la montaña propiamente dicha y la cuenca terciaria castellana con la que toma contacto por el sur, en el entorno de los núcleos de Sotresgudo, Villadiego y Sotopalacios. Su posición periférica, en la vertiente sur de la gran unidad montañosa, determina su condición de espacio de transición. Por un lado, es una comarca bastante accidentada aunque sus moderadas altitudes le otorgan carácter de media montaña.

La máxima altitud, 1.362 m., se alcanza en la Peña Amaya; las cimas de las otras Loras se sitúan en torno a los 1.200 m., mientras que la paramera de la Lora se encuentra a 1.000-1.100 m. Este carácter montañoso determina una mayor pluviometría respecto a la llanura inmediata, pero el régimen de distribución sigue siendo plenamente mediterráneo, por encontrarse a sotavento de la divisoria cantábrica. Algunas especies vegetales propias del dominio montano atlántico, como el haya, que se sitúa aquí en el límite de sus exigencias de humedad, crecen al lado de otras típicamente mediterráneas, como encinas y quejigos, existiendo algún bosque mixto en buen estado.

Un espacio de encrucijada desde el punto de vista bioclimático, pero también hidrológico, ya que el avenamiento se organiza hacia dos cuencas hidrográficas distintas, la del Duero, en el sector de las Loras, y la del Ebro, en el de la Paramera.
Pero, lo verdaderamente singular y llamativo de esta comarca es su relieve, configurador de un paisaje dominado por formas rotundas y perfiles rocosos, de sobrecogedora belleza. El paisaje es, en sí mismo, un tratado de geología. Penetrar en la comarca de Las Loras por el suroeste, supone pasar bruscamente de las formas simples, horizontales y casi monocromáticas de la cuenca sedimentaria a todo un elenco de formas de relieve esculpidas en la cobertera mesozoica.

Los perfiles abruptos y disecados por la erosión dejan al descubierto un muestrario de estratos rocosos, blandos y duros, que la vegetación no consigue enmascarar.
En el sector de Las Loras los elementos culminantes del relieve se perciben como impresionantes relieves tabulares, tanto por el desnivel que introducen respecto a los valles como por la sucesión de cantiles calizos y taludes de acusada pendiente, mediante los cuales se resuelve el enlace entre cimas y sectores deprimidos. Sin embargo, en este paisaje, las cimas planas no son lo que podrían parecer, pues el relieve es infiel a las estructuras. En realidad, se trata de un original tipo de relieve plegado inverso, que ha convertido en cumbres las charnelas sinclinales.

Así pues, los elementos destacados no son anticlinales, que por el contrario han sido totalmente vaciados y convertidos en valles o combes, sino sinclinales colgados, que recuerdan a enormes buques varados en tierra firme. Del mismo modo, la gran unidad de la Paramera de la Lora se corresponde con un sinclinal de grandes dimensiones y suaves buzamientos, que la intensa erosión ha dejado también en resalte. Su expresivo nombre hace referencia a la similitud morfológica con los páramos de cuenca, si bien, desde el punto de vista morfogenético su naturaleza es bien distinta.

En el sector suroccidental, la profusión de sinclinales colgados o “loras” y valles intercalados o “combes” proporciona un paisaje quebrado, lleno de matices. La vegetación, abundante en los taludes, rala en las cimas e inexistente en los cantiles rocosos, juega un papel destacado en la distinción de estratos y en la riqueza visual del conjunto. Por su parte, la gran extensión de La Paramera, de la que cabría esperar menor interés paisajístico por su más monótona morfología, encierra, también, sorprendentes contrastes y hermosos paisajes debidos al encajamiento de los ríos que la recorren. Destacan por su profundidad y belleza los cañones del Ebro y del Rudrón; dos profundos tajos en la Paramera, enmarcados por vertientes abruptas que dejan al descubierto los distintos estratos correspondientes a los pisos superiores de la cobertera mesozoica.

La abundancia de vegetación en los taludes y la ausencia de ella en los cantiles rocosos contribuyen a la diversidad visual de los cañones. Por el contrario, en lo alto de la Paramera la vegetación de porte arbóreo es escasa e incluso la vegetación arbustiva y herbácea es rala y discontinua, como corresponde a unos suelos de naturaleza caliza, raquíticos, rocosos y áridos. Otros ríos de caudal más modesto, como el Moradillo y el San Antón, ambos afluentes del Rudrón, han contribuido, asimismo, al desmantelamiento de la Paramera, encajándose y labrando sus valles en ella.

Fuentes y manantiales son muy abundantes en toda la comarca. La porosidad de la caliza en la superficie de la Paramera y en la cima de las Loras no favorece la escorrentía superficial, pues la lluvia y la nieve deshelada se filtran por la roca, para alimentar los numerosos acuíferos y cauces subterráneos existentes. Estas aguas emergen a la superficie por doquier, dando lugar a manantiales temporales, muy numerosos en invierno y primavera, y a manantiales permanentes, que ven aumentar notablemente su caudal tras la recarga invernal y el deshielo. Es frecuente entonces, que en puntos concretos de las escarpadas vertientes de las loras y de los cañones se formen, por unos días, espectaculares cascadas que se precipitan al vacío.

En el paraje de los cañones, existen dos surgencias permanentes y de abundante caudal, que han creado entornos de gran belleza. Una surge de la Cueva del Agua en el centro de Orbaneja del Castillo. Desde el lugar del manantial, un alegre regato, más o menos caudaloso según la época del año, recorre el pueblo hasta precipitarse finalmente en forma de gran cascada, buscando el Ebro. La otra, mana del Pozo Azul, en los alrededores del pueblo de Covanera, situado en el cañón del Rudrón. En un entorno bellísimo, la profundidad del pozo permite advertir la tonalidad azul de las aguas subterráneas que han participado en procesos de disolución kárstica, creando una película de agua extremadamente cristalina y azulada que da nombre al manantial. La naturaleza es tan privilegiada en la comarca de Las Loras y de la Paramera de la Lora como hostil a la secular ocupación humana.

La rotundidad y protagonismo de las formas de relieve imprime carácter al territorio, dominado por los elementos naturales, que destacan como hitos de referencia indiscutible en el paisaje. Así es, a pesar de la temprana presencia humana en estas tierras, como lo atestiguan los numerosos dólmenes, castros y otros vestigios arqueológicos desperdigados en el territorio. Frente a una naturaleza poco generosa, los habitantes de estas tierras han tenido que amoldarse a un espacio con una trama física de imponente belleza morfológica pero repleto de inconvenientes en lo que respecta a su articulación y aprovechamiento. En efecto, las huellas de la acción humana son visualmente poco destacadas. Apenas un mero retoque en el paisaje.

Los habitantes de estas tierras han ceñido su vida, su poblamiento, sus vías de comunicación y su terrazgo a la angostura de los valles, arañando también algunos espacios de pastos y parcelas de cultivo a las superficies culminantes. En la Paramera, el terrazgo, escaso y discontinuo, ocupa
dolinas, uvalas y valles secos, estos últimos integrantes de un antiguo sistema de escorrentía, fosilizado desde el Cuaternario y disfuncional en la actualidad. La mayor profundidad de los suelos en estos sectores debido a la concentración de arcillas de descalcificación o terra rossa, ha permitido su ancestral puesta en cultivo, a pesar de la dureza del clima por la altitud y la falta de abrigo en estos espacios abiertos.

En contraste, el fondo de los cañones del Ebro y del Rudrón, así como los valles del río Moradillo y otros afluentes menores inscritos en la Paramera, disfrutan de un microclima más benigno debido al descenso en altitud y a la protección que les proporciona su encajamiento. Frutales y cultivos de huerta ocupan parte del terrazgo en estos angostos valles. Otro cultivo singular de la
comarca, es la patata de siembra. Es está una de las pocas zonas productoras de España, pues en este caso, el fresco clima veraniego permite obtener un producto de calidad, exento de virosis y enfermedades degenerativas, tan frecuentes en la patata.

miércoles, 18 de febrero de 2009

-Yacimiento Romano de Arce- Miraperez

Lo que hoy es una zona a las afueras de Miranda coincidente con buena parte de los terrenos de Arce-Mirapérez, la fábrica Rottneros y la urbanización El Lago, fue entre los siglos I y V después de Cristo una ciudad romana de importantes dimensiones. Una afirmación de gran calado que viene a desvelar que el entorno de la actual Miranda fue un punto destacado en la romanización de la Península Ibérica y que coloca a la ciudad como un núcleo de gran interés arqueológico, y si las administraciones apuestan por ello, como un posible y nuevo atractivo cultural y turístico para Miranda. Y todo gracias a la combinación de diferentes trabajos de investigación que ayer desveló el arqueólogo mirandés de la empresa Ondare Babesa, Rafael Varón, responsable de las excavaciones arqueológicas realizadas en los últimos años.

Por un lado se ha recopilado abundante información sacada en las excavaciones que ha deparado la extracción de numerosos restos arqueológicos, principalmente cerámicas y material constructivo, ya que se cree que los metales (como monedas) han sido extraídos a lo largo de los años de manera ilegal. Por otro (y es una de las novedades que permiten apoyar la existencia de la ciudad romana) se han aplicado técnicas de fotografía aérea en colaboración con la Universidad de Burdeos 3. Y en esas imágenes se ve perfectamente lo que los expertos han distinguido como la trama urbana de la ciudad con sus calles y diferentes espacios. «Son fotografías muy significativas, que permiten dimensionar el tipo de asentamiento ante el que nos encontramos, que en la bibliografía existente había sido catalogado como un yacimiento pequeño, un asentamiento rural de escasa entidad, incluso cronológica, y no es así», explica Varón, que hace actualmente su trabajo predoctoral sobre esta inédita investigación.

Y así, en las imágenes aéreas utilizadas ya en muchas otras investigaciones arqueológicas, se observa el discurrir simétrico de las calles y su ordenación, algo tremendamente válido para los investigadores ya que les permite dar una dimensión muy real a lo que allí había, y sobre todo a lo que puede haber bajo centímetros de tierra. «Nos hemos encontrado con una ciudad romana como Dios manda, que tiene unas 26 hectáreas de extensión», comenta el arqueólogo. Incluso, según cálculos hechos para otros asentamientos, alcanzaría los 6.500 habitantes, población que Miranda no tuvo hasta el año 1910. Un tamaño similar a otras ciudades de tipo intermedio de la época romana, similar a la Astorga o a la Pamplona de la época, menor que la Clunia burgalesa y también algo menor que la cercana Iruña-Veleia de Álava. «No es un yacimiento pequeño, es una población que articula el territorio de la cuenca de Miranda en la época romana», dice Varón, algo muy útil también para conocer mejor la romanización de la Península, que se revela con importantes ciudades cada ciertos kilómetros que servían para regular y administrar el territorio.

Un complemento. Pero el arqueólogo insiste en que estos documentos aéreos no tienen validez por sí solos, y por ello requieren de un trabajo arqueológico tradicional que viene a apoyar la existencia de este importante asentamiento. «Aquí tenemos el contraste de la foto aérea y las excavaciones», explica, algo que permite determinar la dimensión física, pero también la cronológica. En este apartado los restos recuperados son valiosísimos para los investigadores y así hay fragmentos de cerámica del siglo I en adelante procedente de talleres de Francia y de otros como los que había en el valle del Najerilla, unos de los alfares más importantes del imperio romano. «Tenemos materiales que cronológicamente funcionan mejor que el carbono catorce para datar en época romana que nos dan esa continuidad del asentamiento. Hay piezas de un taller muy específico, y lo sabemos porque las piezas tienen un sello, un sigilo, que permite identificar el taller en el que se hizo, y nos da una precisión con sólo 30 años de margen de error», aclara.

Muchos servicios. Todos estos descubrimientos permiten, si no asegurar, ya que haría falta la excavación completa de la ciudad romana, al menos si pensar en la dimensión funcional que tuvo. Y así, en función de los restos encontrado y del tamaño, se puede pensar que fue una población grande, con importantes servicios administrativos, religiosos, sanitarios e higiénicos, con foro y mercado… «¿Qué tenía?... Hoy por hoy se puede hacer un indicio, porque tenemos materiales que irían con ese tipo de edificios: ladrillos para hacer cámaras, capiteles de suspensura, piezas que no pueden ser de otra cosa que no sean edificios como termas, por ejemplo, y eso no sale en un asentamiento pequeño, sale en sitios grandes en los que ya hay servicios», argumenta. Todo, teniendo en cuenta que la construcción de la Fefasa y de El Lago, destruyeron restos en una época en la que además de no haber conciencia sobre el patrimonio, tampoco había muchos elementos de protección.

Fuente: diariodeburgos.es

martes, 3 de febrero de 2009

-El Desfiladero de Pancorbo


El alargado y estrecho desfiladero de Pancorbo es el único paso de entrada a la Castilla
meseteña. De gran interés geomorfológico, como modelo de incisión fluvial sobre materiales
calcáreos, el Desfiladero es un estrecho paso natural por el que se desliza el río Oroncillo en su
camino hacia el Ebro. Los cordales montañosos ibéricos que separan las dos grandes unidades
geográficas de la Meseta, antecedida por la Bureba, y la Depresión del Ebro, se rompen momentáneamente en Pancorbo para abrir un
pequeño pasillo. Esta sombría y angosta garganta fue lugar de paso para todos los pueblos desde tiempos inmemoriales. Celtas, romanos, suevos, vándalos, alanos, visigodos, bereberes, árabes, castellanos, navarros, soldados napoleónicos y carlistas utilizaron el desfiladero para refugiarse o emprender sus campañas.

Los restos de algunas de sus fortificaciones dan testimonio de su paso y estancia en el desfiladero. Desde el pueblo parte una empinada senda que permite ir ganando altura y alcanzar el mirador de la Peña del Mazo. También se puede acceder a lo alto del desfiladero desde otro sendero que nace en la ermita del Santo Cristo del Barrio, situada en pleno corazón de la garganta. Esta senda señalizada continúa paralela al río Oroncillo y permite recorrer el sector más espectacular del estrecho y alargado cañón. Desde lo alto se obtiene una hermosa perspectiva de la llanada de La Bureba y de los Montes Obarenes.

En amplias zonas aparecen formaciones de coníferas, como los pinos. En las laderas
umbrías y en las zonas más elevadas se dan las condiciones propicias para la aparición de manchas aisladas de hayas. Junto a éstas aparecen robles, avellanos y fresnos. En las laderas orientadas al sur crecen grandes extensiones de matorral de encina y coscoja, acompañadas casi siempre por abundantes ejemplares de quejigo. El sotobosque de encinares está formado por numerosos arbustos como madroños, jaras y romeros.

El entorno ecológico del desfiladero de Pancorbo es un enclave excepcional para las aves.
Una variada comunidad de rapaces anidan en los numerosos cortados rocosos. Entre ellas destacan el buitre leonado, el alimoche, el águila real, el halcón peregrino, el águila perdicera y el búho real.
En sus riscos anidaron también, hasta la década de los sesenta del siglo XX, los últimos quebrantahuesos burgaleses.
La fauna de este hermoso paraje se completa con mamíferos como la jineta, el turón, el jabalí, el corzo y el lobo. Los reptiles más significativos son el lagarto verde, el lagarto ocelado, la
lagartija colilarga y la culebra bastarda.