sábado, 27 de febrero de 2010

-Recordando al cura Merino.

El 9 de junio de 1809 el cura Merino, que se encontraba en Tordómar, fue avisado de la llegada a Lerma de una patrulla de franceses procedentes de la capital burgalesa. La presencia del ‘enemigo’ encrespó al guerrillero, que decidió salir hacia la villa vecina con sus secuaces consiguiendo su rendición. La hazaña les animó a entrar en la localidad y atacar a la guarnición gala que se encontraba en el Palacio Ducal.
El enfrentamiento duró tan solo un día. No hubo bajas significativas en ninguno de los dos bandos, pero sí un salto cualitativo en la contienda y el prólogo de la leyenda del Cura Merino y su papel en la Historia. Porque aquel incipiente ‘ejército’ que asaltó la guarnición francesa no eran más que civiles luchando contra una unidad militar en un fuerte. Un acto osado que tuvo su trascendencia y provocó el alistamiento de jóvenes estudiantes lermeños, sin cuya ayuda la unidad de Jerónimo Merino Cob nunca hubiera llegado a tener la «organización tan profesional» que alcanzó. Entre ellos se encontraba Ramón Santillán, que después fue ayudante de campo de Merino, experiencia que recogió en sus memorias publicadas por el Banco de España.


Aquellas 24 horas claves en la historia de Lerma y por extensión de España van a revivirse los días 21, 22 y 23 de mayo a través de una recreación escénica en la que participarán más de 200 personas de la Villa Ducal y alrededores. Un acontecimiento capitaneado por el Centro de Iniciativas Turísticas de la villa, encargado de solicitar las subvenciones que permitan cubrir los 36.000 euros de presupuesto, y que cuenta con la implicación de entidades públicas y privadas, asociaciones, particulares y colectivos de diversa índole. Puede decirse que todo el pueblo participará de una forma u otra en este evento.
Pero, ¿quiénes están detrás de este tinglado que durará tres días? ¿A quiénes se les ha ocurrido la idea de trasladar a Lerma al siglo XIX con todo lujo de detalles? ¿Cómo van a poder organizar y coordinar a todo el mundo? La respuesta es fácil para los que viven o tienen relación con la localidad: Diego Peña y Ernesto Pérez Calvo. El primero es un gran estudioso y conocedor de la Guerra de la Independencia. Y el segundo lleva desde que se fundó al frente de La Hormiga, la compañía que prepara la Fiesta Barroca, sube con éxito a los escenarios del Certamen Provincial de Teatro y preparará el espectáculo previsto para la noche del sábado 22 de mayo.


Y si ya tenemos los nombres de estos ‘capitanes’, ahora queda por saber qué les impulsó a meterse en tal berenjenal. Razones tienen. Peña considera que la Guerra de la Independencia se ha quedado en una lectura muy «simplista», cuando la contienda no solo fue entre franceses y españoles, sino que también participaron efectivos de otros países. Por eso y porque Lerma, y por extensión la provincia, fueron escenarios de éste y de otros muchos importantes episodios de esta época quiere que la «historia se conozca para sacar una lección positiva de algo negativo como fue una guerra».
Con las ideas claras, Peña trasladó su intención a Pérez Clavo, que enseguida puso texto, espectáculo y proyecciones a la historia. Y los dos explican así sus pretensiones: «Queremos hacer una recreación histórica de este ataque, al que también hemos unido otra serie de acontecimientos que ocurrieron durante la guerra para contextualizarlo. La gente recibirá una lección de lo que fue Lerma y Burgos durante esta contienda, basando además la representación en hechos reales y comprimiéndolo todo en un fin de semana».
Así, habrá combates, saqueos, una cena napoleónica que organizará el Parador Nacional, patrullas de franceses dando el toque de queda, destacamentos de españoles, rancho para todos, altercados, apresamientos... Todo lo que pudo ocurrir y ocurrió ese día en Lerma, puesto que la recreación está basada en el parte de guerra escrito por el propio cura Merino, que «parece que lo redactó pensando que un día se iba a representar», coinciden en afirmar tanto Peña como Pérez Calvo.

La maquinaria creativa está en marcha desde hace seis meses. Ya han comenzado las reuniones con los participantes y el reparto de cometidos. Ahora solo queda que el engranaje organizativo sea perfecto, tarea no tan difícil para un pueblo con experiencia en la preparación de grandes eventos culturales. Los ensayos para que Lerma reviva su historia no tardarán en comenzar.   

Fuente: diariodeburgos.es

domingo, 21 de febrero de 2010

-Gregorio Mayoral Sendino. Un ejecutor muy fino.

Si en el desarrollo de la siniestra profesión de verdugo pudiera darse un momento de gloria, el del burgalés Gregorio Mayoral Sendino se produjo el 20 de agosto de 1897. Ese día, este funcionario con fama de fino estilista de la cosa había sido reclamado para ejecutar a garrote vil a un reo muy especial: el anarquista italiano Michele Angiolillo, quien días antes había asesinado al presidente del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo. Eran las once de la mañana. Gregorio Mayoral -bajito, regordete, de rostro cetrino y expresión tranquila- subió los doce peldaños del cadalso improvisado en el patio de la cárcel de Vergara, donde le esperaba un pálido condenado. Dispuso los hierros de la mortal argolla e hizo su trabajo. Cuando lo concluyó, cubrió el rostro del ejecutado con un paño negro y se marchó igual de silencioso y sereno por donde había llegado.

La flema de este verdugo, titular de la Audiencia de Burgos durante décadas, estaba a la altura de su habilidad para tan espeluznante cometido. Había nacido en Cabia en 1863, en el seno de una mísera familia que pronto se trasladó a la capital para seguir malviviendo, a pesar de que él trató de ganarse la vida: fue pastor, zapatero, peón de albañil e incluso hizo sus pinitos en la milicia, pero no tenía espíritu castrense. Así, desempleado y al cargo de su anciana madre, un letrado amigo de la familia se presentó un día en su casa con un posible trabajo: un empleo del Estado que había quedado vacante y que saldría en breve a concurso.

Las 1.750 pesetas anuales con que le anunciaron la oferta pudieron más que la escalofriante ocupación a que atendía la proposición de marras, y a pesar de los llantos de la madre, que no quería un hijo en esas lides, la plaza fue suya por delante de otros dos candidatos merced a los méritos de haber servido en el ejército.
Como el Amadeo de la inolvidable película El verdugo, escrita por Rafael Azcona y dirigida por Luis García Berlanga -quienes posiblemente se inspiraran en el burgalés, toda una leyenda entre los ministros ejecutores de justicia, para más de un rasgo del papel bordado por Pepe Isbert-, Gregorio Mayoral asumió siempre su oficio con naturalidad, como si despachar a los condenados fuera ejercicio tan normal como tramitar un expediente de aguas, que escribió en una ocasión el ensayista leonés Ricardo Gullón tras entrevistarlo en Burgos poco antes de su muerte. Existen testimonios como éste que reflejan esa campechanía e impavidez ante el hecho de dar muerte a un reo. Entrevistado en una ocasión por José Samperio, respondió, quitándole hierro al asunto, que ésta, al fin y al cabo, sólo trata de cumplir órdenes, siendo más grave la sentencia que el cumplimiento de la misma.

Su bautismo de fuego tardó dos años en llegar; en ese tiempo, Gregorio Mayoral conoció a fondo los misterios de aquella máquina terrible, a la que introdujo, con el paso de los años, una serie de mejoras que él decía humanizaban el cumplimiento de la pena capital. Gracias a estas investigaciones alcanzó gran destreza con el garrote, logrando una inusitada rapidez en la ejecución que le evitaba al convicto más sufrimientos que los estrictamente ineludibles. Su fama de diestro matarife le llevó por toda España. A cada ejecución se llevaba sus utensilios (la guitarra, decía con negro humor en referencia a la maleta en que los portaba), harto como estaba, decía, de encontrar aparatos en estados lamentables allá donde acudía.

En la misma entrevista con José Samperio describió casi jovialmente, con entusiasmo, las mejoras realizadas en el arma mortal: «No hace ni un pellizco, ni un rasguño, ni nada; es casi instantáneo, tres cuartos de vuelta y en dos segundos...». Declaraciones como ésta revelan lo que ser verdugo significó para este burgalés: un trabajo más, como otro cualquiera, que no le procuró nunca mal de conciencia alguno. Así de gráficamente se lo contó a Samperio: «Yo tengo la conciencia tranquila y duermo como un lirón. Solamente una vez soñé que ahí enfrente estaban despidiendo a uno y me pareció muy raro que no fuera yo el qu
e manejaba el aparato. Creí que me habían dejado cesante», aseveró.

Su primera ejecución fue en Miranda de Ebro en 1892. El reo, un cabo llamado Domingo Bezares que había dado muerte de un sablazo a un joven recluta al que después había lanzado al Ebro. Además del ajusticiamiento de Angiolillo, Mayoral tomó parte en otro de gran repercusión en toda España, ya que se trató de caso triple. Sucedió en 1924, en plena dictadura de Primo de Rivera. Se conoce como ‘El crimen del Expreso de Andalucía’. El verdugo burgalés fue el encargado, junto al de Madrid, llamado Casimiro Municio, de dar garrote a los tres ladrones y asesinos que asaltaron el convoy segando la vida de dos encargados. De este crimen hizo Uribe una película y el Museo de Cera de Madrid lo recrea tan vivamente que su sola contemplación estremece al visitante.

Mayoral fue admirado por verdugos coetáneos, que resaltaban siempre que podían «la precisión y rapidez» del aparato que manejaba su compañero de Burgos, al que algunos bautizaron como ‘el abuelo’, ya que estuvo más de cuarenta años desempeñando este oficio. Y es que el burgalés no dejó de trabajar hasta su muerte, natural por más señas. Aunque nunca le incomodaron los fantasmas de las sesenta personas a las que envió con pulso firme al otro mundo, vivió angustiado sus últimos días en una casa pobre y oscura del arrabal burgalés al cuidado de su nieta Paquita (ya era viudo por aquel entonces) toda vez que su hija y madre de la pequeña se había fugado con un soldado. Aquellas manos gruesas y fuertes que tantos cuellos atornillaron mimaron con delicadeza y cariño a aquella pequeña: la lavaron, la vistieron, la dieron de comer, la acompañaron a la escuela... Gregorio Mayoral Sendino murió en octubre de 1928 con 65 años y la conciencia en paz.   
Fuente: R. Pérez Barredo  www.diariodeburgos.es

martes, 16 de febrero de 2010

-El "Juego de la Oca" o el Camino de Santiago.

Desde que se popularizara en Francia e Italia en los siglos XVII y XVIII, el ‘Juego de la Oca’ se ha identificado con la propia vida del ser humano, llena de pruebas y dificultades, recompensas y atajos, como los que pueblan las 63 casillas del tablero. Los investigadores en la tradición también han ido más allá, al asociar el juego de mesa con los templarios, los saberes arcanos, el tarot y las fuentes esotéricas o el propio Camino de Santiago, en el que se dan cita, en su vertiente más mágica, los anteriores elementos.
«En el ‘Juego de la Oca’, como en la vida y en el Camino de Santiago hay un peregrinaje, un recorrido que se hace, o se hacía, una vez en la vida y que llevaba a la gente a reconvertir su existencia, a cambiar de hábitos y entrar en un mundo nuevo», relata el etnógrafo zamorano, afincado en Urueña (Valladolid), Joaquín Díaz, para quien «siempre se ha unido el Camino, que tiene muchos lugares que se refieren a las ocas, con el juego», aunque no haya una razón «clara» para ello.

Sin embargo, el arquitecto e investigador lucense Carlos Sánchez-Montaña, especialista en la arquitectura romana de la época de César Augusto y en el trabajo de Agripa y Vitrubio, sí está «convencido» de la claridad de esa conexión, que entronca el ‘Juego de la oca’ con el Camino de Santiago... o, según sus teorías, más bien con la ruta que lo precedió y de la que hoy apenas queda constancia en la sabiduría popular: el camino de las estrellas, de la Vía Lactea, del dios romano Jano, del celta Lugh o del sumerio Anu, en definitiva, del conocimiento y la iluminación.

«Según mi interpretación, el tablero es una carta geográfica, lo que hoy podemos entender como una guía de viaje, que permite realizar el antiguo ‘Callis Ianus’, el Sendero de Jano», explica Sánchez-Montaña, convencido de que esta ruta, que unía Oriente y Occidente, Asia Menor y Finisterre, ya se conocía en la cultura sumeria hace 6.000 años, y posteriormente «en la egipcia y en la celta».
Una vez que Roma controla prácticamente el mundo conocido, hacia el siglo I. a. C, César Augusto y su hombre de confianza, Marco Vipsanio Agripa, «ponen en valor» la antigua ruta, una línea recta que une Éfeso con el cabo de Touriñán, el extremo más occidental de la Península Ibérica, pasando por Roma.
Así, el general Agripa, «a través de un conocimiento cartográfico, matemático y arquitectónico del territorio», basado «en las normas de Vitrubio», diseña «el decumanus más grande del imperio», cuya calzada aún se conserva en puntos de «Cataluña, Galicia, Navarra o Castilla y León, en esta última en la provincia de León», señala el arquitecto lucense.
 

Calzadas. En la antigua Hispania, el ‘Callis Ianus’ comenzaba en el Cabo de Creus –el punto más oriental de la Península Ibérica- y terminaba en el ‘Ara Solis’, el altar del sol, de Touriñán, tras pasar por la ciudad sagrada de Augusto, Lucus Augusti, la actual Lugo. En total, y según la matemática de Vitrubio aplicada por Sánchez-Montaña, la ruta estaba compuesta por «63 etapas de 15 millas cada una», que se corresponden «con las 63 casillas del ‘Juego de la oca’».
Ante la progresiva «cristianización» y «transformación» del sendero pagano en el Camino de Santiago, «con el apoyo por parte de los francos, las órdenes de Cluny y el Císter y Roma», los que lo conocen deciden conservarlo codificado «en el juego». Carlos Sánchez-Montaña identifica a estos conservadores con «el gremio de constructores».


Pruebas. Para que los peregrinos llegaran sanos y salvos a su destino, los autores incluyeron en él una serie de pruebas o peligros, identificados, según Sánchez-Montaña, con lugares reales difíciles de atravesar, algunos de ellos ubicados en Castilla y León.La prueba del pozo, «el punto medio de toda la ruta», se sitúa, según el arquitecto, muy cerca de Leciñana del Camino y el Dolmen de la Mina, en Álava, pero «muy próxima a Castilla León». El laberinto podría ubicarse «en las cercanías de Cardaño de Abajo (Palencia), ya que esas rutas entre montañas son un laberinto de valles y gargantas en los que era fácil perderse». La ruta romana, y del ‘Juego de la oca’, en Castilla León sigue por «Quintanilla de las Torres, Cervera de Pisuerga, Crémenes, Villamanín y Villablino, y entra después en el sur de Asturias y en Galicia», señala Carlos Sánchez-Montaña, quien asocia la prueba de la cárcel con Los Ancares, entre El Bierzo (León) y Lugo, «donde los peregrinos podían penar sus culpas trabajando en las minas». 

Fuente:Daniel G. Rojo
www.icaljacobeo.es